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JUAN YÁÑEZ les da la más cordial bienvenida. Es éste otro testimonio de una pasión urbana...esencialmente lo porteño, lo argentino, lo latinoamericano y también el universo todo...

domingo, 7 de diciembre de 2014

Es argentino, no tenía techo y creó un refugio que asombra al mundo

Clarin.comSociedad07/12/14


                              
               Historia de Vida.Nicolas García Mayor estudió diseño industrial y en su tesis final diseñó una casa que puede salvar millones de vidas. Fue elegido entre los 10 jóvenes sobresalientes del mundo en 2014
 Nicolás con el premio jóven sobresaliente 2014
Nicolás con el premio jóven sobresaliente 2014
      
Lo de Nicolás y el diseño industrial fue amor a primera vista. Supo que existía tres meses antes de inscribirse en la Universidad de La Plata. Hoy es su medio de vida, aquello que le permite “ser parte de la creación” y que lo está llevando a cumplir su meta de unir innovación con ayuda al prójimo. Su trabajo de tesis final, un refugio para personas víctimas de catástrofes naturales o guerras, va camino de ser una realidad, bendecido por Naciones Unidas y el Papa.

“El sufrimiento de los otros fue el gran inspirador de la idea”, le contó Nicolás a Clarín sobre su proyecto, al que él mismo y sus profesores definían como “raro” en los primeros esbozos. “Veía noticieros que mostraban desastres naturales y sus consecuencias para la gente y sentía que yo tenía algo para dar”, rememoró sobre las primeras imágenes que aparecieron en su cabeza, allá cuando todavía estudiaba en La Plata y necesitaba un tema para obtener el diploma.

 De su cabeza soñadora y su corazón solidario, surgió una estructura de respuesta inmediata que en poco más de diez minutos podría montarse en un sitio afectado por un terremoto, inundación o guerra para asistir a las víctimas.

“La idea es que puedan reconstituir lo más rápido posible su vida en comunidad, dignamente y cuidando su salud” explicó sobre CMax, el habitáculo que lleva ese nombre en homenaje a su hermano menor Carlos Maximiliano (ver recuadro).

La idea le permitió a Nicolás recibirse, después de superar años de padecimiento en los que tuvo que recurrir al trueque para sobrevivir. “No podía pagar el alquiler y le propuse al dueño de una clínica que me diera un lugar para vivir a cambio de que le realizara diseños.Viví con lo básico hasta el fin de la carrera”, recordó.

 Recibido, probó suerte en Europa y le fue bien, pero volvió  a Bahía Blanca. Aquí armó su estudio de diseño, sin dejar de soñar nunca con hacer realidad su tesis. “Quería hacer algo útil para la sociedad”, se repetía cada noche.

Los últimos dos años pasaron muy rápido para Nicolás, que el próximo lunes 15 cumplirá 36 años. A principios de 2013, quedó seleccionado para participar en el Foro Internacional para el Desarrollo de la Ayuda Humanitaria en Washington. Allí, deslumbró a los representantes de la ONU. “Esto es lo que estamos buscando”, le dijeron al ver su refugio y lo invitaron a exponerlo en la 68ª asamblea general.

“Todo se dio de una manera increíble”, reconoció Nicolás que, todavía iba a recibir un espaldarazo fundamental a su idea. “Cuando me preparaba para ir a Washington, recibo un mail del Vaticano. El Papa me invitaba a verlo”. Para él, fue tocar el cielo con las manos. “Apenas lo vi, me dijo que el producto que yo había diseñado, ya estaba bendecido y me abrazó”, recordó. Así, entre una situación de película como la de la ONU y otra “increíble” como su encuentro con Francisco, la idea cobró vida.

En esa vorágine, Nicolás fue tentado de varios lugares para trabajar. Pero el empecinamiento en desarrollar su idea en Argentina es muy fuerte y no pierde las esperanzas de concretarlo. De un contacto con el ministerio de Defensa, surgió la posibilidad de que el refugio se pueda construir en Fabricaciones Militares y el país pueda utilizarlo en los contingentes de Cascos Blancos y Azules de la ONU.

Mientras tanto, no para de dar charlas. En octubre fue reconocido como Personalidad de su propia ciudad y hace diez días en Alemania recibió su estatuilla por ser uno de los diez jóvenes sobresalientes del año, según la Cámara Junior Internacional.


Aún lejos, no deja de contactarse con sus colaboradores y chicos que concurren a los cuatro comedores comunitarios que ayuda a sostener con la fundación que creó y que ahora comienza a ser solvente. Porque para Nicolás, el éxito personal, no sirve de nada, sino le sirve al otro también.

domingo, 28 de septiembre de 2014

“Convertimos problemas cotidianos en trastornos mentales”



ENTREVISTA | ALLEN FRANCES

“Convertimos problemas cotidianos en trastornos mentales”
Catedrático emérito de la Universidad de Duke, dirigió la considerada 'biblia' de los psiquiatras.

Reportaje: ¿Estamos tan enfermos como para consumir tantos ansiolíticos?

MILAGROS PÉREZ OLIVA 28 SEP 2014 - 01:24 CEST103

Archivado en: Psiquiatría Farmacología Salud mental Medicamentos Industria farmacéutica Enfermedades mentales Farmacia Especialidades médicas Medicina preventiva Enfermedades Sociedad Medicina Salud Industria

Allen Frances (Nueva York, 1942) dirigió durante años el Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM), en el que se definen y describen las diferentes patologías mentales. Este manual, considerado la biblia de los psiquiatras, es revisado periódicamente para adaptarlo a los avances del conocimiento científico. El doctor Frances dirigió el equipo que redactó el DSM IV, a la que siguió una quinta revisión que amplió considerablemente el número de entidades patológicas. En su libro ¿Somos todos enfermos mentales? (Ariel, 2014) hace autocrítica y cuestiona que el considerado como principal referente académico de la psiquiatría colabore en la creciente medicalización de la vida.

Pregunta. En el libro entona un mea culpa, pero aún es más duro con el trabajo de sus colegas en el DSM V. ¿Por qué?

Respuesta. Nosotros fuimos muy conservadores y solo introdujimos dos de los 94 nuevos trastornos mentales que se habían sugerido. Al acabar, nos felicitamos, convencidos de que habíamos hecho un buen trabajo. Pero el DSM IV resultó ser un dique demasiado endeble para frenar el empuje agresivo y diabólicamente astuto de las empresas farmacéuticas para introducir nuevas entidades patológicas. No supimos anticiparnos al poder de las farmacéuticas para hacer creer a médicos, padres y pacientes que el trastorno psiquiátrico es algo muy común y de fácil solución. El resultado ha sido una inflación diagnóstica que produce mucho daño, especialmente en psiquiatría infantil. Ahora, la ampliación de síndromes y patologías en el DSM V va a convertir la actual inflación diagnóstica en hiperinflación.

P. ¿Todos vamos a ser considerados enfermos mentales?

R. Algo así. Hace seis años coincidí con amigos y colegas que habían participado en la última revisión y les vi tan entusiasmados que no pude por menos que recurrir a la ironía: habéis ampliado tanto la lista de patologías, les dije, que yo mismo me reconozco en muchos de esos trastornos. Con frecuencia me olvido de las cosas, de modo que seguramente tengo una predemencia; de cuando en cuando como mucho, así que probablemente tengo el síndrome del comedor compulsivo, y puesto que al morir mi mujer, la tristeza me duró más de una semana y aún me duele, debo haber caído en una depresión. Es absurdo. Hemos creado un sistema diagnóstico que convierte problemas cotidianos y normales de la vida en trastornos mentales.

P. Con la colaboración de la industria farmacéutica...

No supimos anticiparnos al poder de las farmacéuticas para crear nuevas enfermedades
R. Por supuesto. Gracias a que se les permitió hacer publicidad de sus productos, las farmacéuticas están engañando al público haciendo creer que los problemas se resuelven con píldoras. Pero no es así. Los fármacos son necesarios y muy útiles en trastornos mentales severos y persistentes, que provocan una gran discapacidad. Pero no ayudan en los problemas cotidianos, más bien al contrario: el exceso de medicación causa más daños que beneficios. No existe el tratamiento mágico contra el malestar.

P. ¿Qué propone para frenar esta tendencia?

R. Controlar mejor a la industria y educar de nuevo a los médicos y a la sociedad, que acepta de forma muy acrítica las facilidades que se le ofrecen para medicarse, lo que está provocando además la aparición de un mercado clandestino de fármacos psiquiátricos muy peligroso. En mi país, el 30% de los estudiantes universitarios y el 10% de los de secundaria compran fármacos en el mercado ilegal. Hay un tipo de narcóticos que crean mucha adicción y pueden dar lugar a casos de sobredosis y muerte. En estos momentos hay ya más muertes por abuso de medicamentos que por consumo de drogas.

P. En 2009, un estudio realizado en Holanda encontró que el 34% de los niños de entre 5 y 15 años eran tratados de hiperactividad y déficit de atención. ¿Es creíble que uno de cada tres niños sea hiperactivo?

R. Claro que no. La incidencia real está en torno al 2%-3% de la población infantil y sin embargo, en EE UU están diagnosticados como tal el 11% de los niños y en el caso de los adolescentes varones, el 20%, y la mitad son tratados con fármacos. Otro dato sorprendente: entre los niños en tratamiento, hay más de 10.000 que tienen ¡menos de tres años! Eso es algo salvaje, despiadado. Los mejores expertos, aquellos que honestamente han ayudado a definir la patología, están horrorizados. Se ha perdido el control.

P. ¿Y hay tanto síndrome de Asperger como indican las estadísticas sobre tratamientos psiquiátricos?

R. Ese fue uno de los dos nuevos trastornos que incorporamos en el DSM IV y al poco tiempo el diagnóstico de autismo se triplicó. Lo mismo ocurrió con la hiperactividad. Nosotros calculamos que con los nuevos criterios, los diagnósticos aumentarían en un 15%, pero se produjo un cambio brusco a partir de 1997, cuando las farmacéuticas lanzaron al mercado fármacos nuevos y muy caros y además pudieron hacer publicidad. El diagnóstico se multiplicó por 40.

P. La influencia de las farmacéuticas es evidente, pero un psiquiatra difícilmente prescribirá psicoestimulantes a un niño sin unos padres angustiados que corren a su consulta porque el profesor les ha dicho que el niño no progresa adecuadamente, y temen que pierda oportunidades de competir en la vida. ¿Hasta qué punto influyen estos factores culturales?

Los seres humanos hemos sobrevivido millones de años gracias a la capacidad de afrontar la adversidad
R. Sobre esto he de decir tres cosas. Primero, no hay evidencia a largo plazo de que la medicación contribuya a mejorar los resultados escolares. A corto plazo, puede calmar al niño, incluso ayudar a que se centre mejor en sus tareas. Pero a largo plazo no ha demostrado esos beneficios. Segundo: estamos haciendo un experimento a gran escala con estos niños, porque no sabemos qué efectos adversos pueden tener con el tiempo esos fármacos. Igual que no se nos ocurre recetar testosterona a un niño para que rinda más en el fútbol, tampoco tiene sentido tratar de mejorar el rendimiento escolar con fármacos. Tercero: tenemos que aceptar que hay diferencias entre los niños y que no todos caben en un molde de normalidad que cada vez hacemos más estrecho. Es muy importante que los padres protejan a sus hijos, pero del exceso de medicación.

P. ¿En la medicalización de la vida, no influye también la cultura hedonista que busca el bienestar a cualquier precio?

R. Los seres humanos somos criaturas muy resilientes. Hemos sobrevivido millones de años gracias a esta capacidad para afrontar la adversidad y sobreponernos a ella. Ahora mismo, en Irak o en Siria, la vida puede ser un infierno. Y sin embargo, la gente lucha por sobrevivir. Si vivimos inmersos en una cultura que echa mano de las pastillas ante cualquier problema, se reducirá nuestra capacidad de afrontar el estrés y también la seguridad en nosotros mismos. Si este comportamiento se generaliza, la sociedad entera se debilitará frente a la adversidad. Además, cuando tratamos un proceso banal como si fuera una enfermedad, disminuimos la dignidad de quienes verdaderamente la sufren.

P. Y ser etiquetado como alguien que sufre un trastorno mental, ¿no tiene también consecuencias?

R. Muchas, y de hecho cada semana recibo correos de padres cuyos hijos han sido diagnosticados de un trastorno mental y están desesperados por el perjuicio que les causa la etiqueta. Es muy fácil hacer un diagnóstico erróneo, pero muy difícil revertir los daños que ello conlleva. Tanto en lo social como por los efectos adversos que puede tener el tratamiento. Afortunadamente, está creciendo una corriente crítica con estas prácticas. El próximo paso es concienciar a la gente de que demasiada medicina es mala para la salud.

P. No va a ser fácil…

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R. Cierto, pero el cambio cultural es posible. Tenemos un magnífico ejemplo: hace 25 años, en EE UU el 65% de la población fumaba. Ahora, lo hace menos del 20%. Es uno de los mayores avances en salud de la historia reciente, y se ha conseguido por un cambio cultural. Las tabacaleras gastaban enormes sumas de dinero en desinformar. Lo mismo que ocurre ahora con ciertos medicamentos psiquiátricos. Costó mucho hacer prosperar la evidencia científica sobre el tabaco, pero cuando se consiguió, el cambio fue muy rápido.

P. En los últimos años las autoridades sanitarias han tomado medidas para reducir la presión de los laboratorios sobre los médicos. Pero ahora se han dado cuenta de que pueden influir sobre el médico generando demanda en el paciente.

R. Hay estudios que demuestran que cuando un paciente pide un medicamento, hay 20 veces más posibilidades de que se lo prescriban que si se deja simplemente a decisión del médico. En Australia, algunos laboratorios requerían para el puesto de visitador médico a personas muy agraciadas, porque habían comprobado que los guapos entraban con más facilidad en las consultas. Hasta ese punto hemos llegado. Ahora hemos de trabajar para lograr un cambio de actitud en la gente.

P. ¿En qué sentido?

R. Que en vez de ir al médico en busca de la píldora mágica para cualquier cosa, tengamos una actitud más precavida. Que lo normal sea que el paciente interrogue al médico cada vez que le receta algo. Preguntar por qué se lo prescribe, qué beneficios aporta, qué efectos adversos tendrá, si hay otras alternativas. Si el paciente muestra una actitud resistente, es más probable que los fármacos que le receten estén justificados.

P. Y también tendrán que cambiar hábitos.

R. Sí, y déjeme decirle un problema que he observado. ¡Tienen que cambiar los hábitos de sueño! Sufren ustedes una falta grave de sueño y eso provoca ansiedad e irritabilidad. Cenar a las 10 de la noche e ir a dormir a las 12 o la una tenía sentido cuando hacían la siesta. El cerebro elimina toxinas por la noche. La gente que duerme poco tiene problemas, tanto físicos como psíquicos.

domingo, 10 de agosto de 2014

Los restos de San Martín


Historias inesperadas

Relatos, hallazgos y evocaciones de nuestro pasado





Publicado el 08.08.14   LA NACIÓN  BUENOS AIRES

                                          Pocas semanas después de la muerte de José de San Martín en la casa de Boulogne sur Mer que vemos en la imagen (agosto de 1850), las autoridades de la Confederación Argentina dieron instrucciones para que se llevara a cabo la repatriación de sus restos. Esa fue la voluntad póstuma del militar que en su testamento había expresado que quería que su corazón descansara en el de Buenos Aires. Sin embargo, todo fue demorándose. Durante once años, el cuerpo embalsamado del Libertador de América descansó en una de las capillas de Notre-Dame de Boulogne (Nuestra Señora de Boloña).
El primer traslado fue a Brunoy, en las afueras de París. Tuvo lugar en 1861, luego de que la familia Balcarce San Martín se mudara a dicha ciudad y resolviera llevar el cuerpo para que fuera ubicado en la bóveda de la familia, junto a su nieta María Mercedes que había muerto en 1860.

En la Argentina, el tema se reavivó en 1864 –durante la presidencia de Mitre– cuando los diputados nacionales Martín Ruiz Moreno y Adolfo Alsina presentaron un proyecto de Ley para autorizar al Poder Ejecutivo a llevar adelante la repatriación.

Manuel Guerrico gestionó la cesión de un terreno en el cementerio de la Recoleta en 1870, pero seis años después la comisión encargada del traslado se entrevistó con el arzobispo Federico Aneiros con el fin de solicitar un espacio en alguna de las capillas de la Catedral para que se colocara allí un mausoleo. Detrás de toda la empresa se encontraba el presidente de la Nación, Nicolás Avellaneda.

Mausoleo del Gral. San Martín en la Catedral de Buenos Aires

¿Se estaba cumpliendo la voluntad del Libertador al llevarlo a la Catedral? Cuando San Martín dijo: “Desearía que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires”, ¿se refería a que deseaba ser llevado al cementerio, a la Catedral? Aquí cada uno puede tener su propia interpretación. Considero que si nuestro prócer hubiera querido referirse al cementerio de la Recoleta, habría mencionado la tumba de su “esposa y amiga”, Remedios de Escalada. Además, el corazón de Buenos Aires bien puede referirse al centro de la ciudad.
En estos días, un proyecto de traslado de los restos a Yapeyú, a cargo del diputado Adán Gaya, sostiene que, al mencionar Buenos Aires, se refería a la Patria y “sin lugar a dudas”, a Yapeyú. Regresemos a la historia:
El 25 de febrero de 1878, centenario del nacimiento del prócer, se realizó un tedeum en la Catedral que concluyó con la colocación de la piedra fundamental del mausoleo. Avellaneda, Mitre, Quintana y Aneiros, entre otros, participaron en el acto simbólico colocando mezcla en la obra con una cuchara de plata.
El escultor francés Auguste Carrier Belleuse fue el encargado de moldear el mausoleo que envió en partes desde Europa. En Inglaterra había concluido la construcción del buque de guerra Villarino, que había sido encargado por el gobierno argentino. Fue enviado al puerto de El Havre, donde cargaría el féretro. Este fue su derrotero:
-El 21 de abril de 1880, el ataúd fue transportado de Brunoy a París (35 kilómetros), donde se lo cargó en un tren especial rumbo a El Havre. Una vez en la ciudad portuaria, se lo depositó en su Catedral. Luego del acto religioso que incluyo la bendición del féretro, se lo embarcó en el Villarino. El buque soltó amarras el 22 de abril.
-Arribó a Montevideo el 20 de mayo, donde fue recibido con una salva de 21 cañonazos. La recepción fue imponente. Siete barcos argentinos acudieron a recibir al Villarino. Una carroza tirada por seis elegantes caballos llevó el féretro (cubierto por las banderas de Uruguay, Chile, Perú y la Argentina) a la Catedral. Una multitud acompañó los restos, lanzando flores desde la acera y los balcones. La bienvenida de los hermanos uruguayos –asistieron el presidente Francisco Antonio Vidal Silva y todos sus ministros– ha sido considerada uno de los actos más emocionantes que se hayan hecho al Libertador. Cuando partió por la tarde, la banda militar uruguaya ejecutó el Himno Nacional Argentino. Por su parte, desde el barco, la banda argentina interpretó la canción patria de Uruguay.
-Durante una semana, el Villarino se mantuvo en la costa de Catalinas (en esa época, la playa llegaba hasta lo que es hoy la plaza Fuera Aérea, vecina de la estación Retiro), escoltado por decenas de buques de la Armada.
El 28 de mayo tuvo lugar la ceremonia principal. Los integrantes de la Comisión de Repatriación colocaron la bandera del Ejército de los Andes sobre el ataúd, más dos coronas: una con palmas de Yapeyú (ciudad natal del prócer) y otra con gajos de pino de San Lorenzo (bautismo de fuego de los Granaderos a Caballo). El cajón fue depositado en un bote fúnebre que fue remolcado por el Talita, la lancha presidencial.
Se lo desembarcó en las costas de Retiro (durante años se llamó a ese sector vecino a la Plaza San Martín, Playa San Martín). Fue colocado junto al palco oficial, donde el ex presidente Sarmiento dio un discurso de recepción.
Cargado de flores que le lanzaban los argentinos a su Padre de la Patria, el féretro fue escoltado hasta el monumento del Libertador, en la plaza. 

Un emocionante discurso del presidente Avellaneda complementó las palabras de Sarmiento. El cajón fue colocado en una carroza fúnebre (réplica de la que transportó el cuerpo de Wellington a la Catedral de Londres en 1852). El cortejo marchó por la calle Florida hasta la Plaza de Mayo.

El ataúd fue depositado en la nave central de la Catedral Metropolitana. Durante veinticuatro horas desfiló el pueblo para rendirle tributo. Al día siguiente, a las dos de la tarde, se lo ubicó en el mausoleo. Suele decirse que los restos de San Martín yacen fuera del perímetro de la Catedral, en una capilla construida afuera de la nave central, porque era masón; dando a entender que la Iglesia no aceptaba que descansara bajo su custodia. 

Raro comentario, si se tiene en cuenta que los despojos del Libertador estuvieron en Notre-Dame de Boulogne, la iglesia parroquial de Brunoy y las catedrales de El Havre, Montevideo y Buenos Aires. Sí, en cambio, resulta curioso la forma en que ha quedado dispuesto el ataúd.


Plano del mausoleo (nótese con el signo X, la posición inclinada de la caja mortuoria

El tamaño del cajón no era el adecuado. Mejor dicho, el del mausoleo. Por ese motivo, el féretro que contiene el cuerpo embalsamado del prócer fue colocado en forma inclinada (la cruz en la lámina publicada por el Instituto Nacional Sanmartiniano marca el lugar exacto). Así permanece desde el 29 de mayo de 1880.

sábado, 31 de mayo de 2014

En busca de mi padre, por Edgardo Cozarinsky

 Revista Ñ
Testimonio. En este relato intimista, especial para Ñ, el escritor y cineasta desafía la nostalgia en su primer viaje a la colonia judía de Entre Ríos donde nació su padre, escenario y materia de su último documental.


MEMORIA. El cineasta en el cementerio de la colonia San Vicente, donde está enterrado su abuelo COZARINSKY PADRE. En España, durante uno de sus viajes. Fue el primer judío en ingresar a la Armada, en 1919.


MEMORIA. El cineasta en el cementerio de la colonia San Vicente, donde está enterrado su abuelo

                               Una noche, hará un par de años, soñé que estaba en Entre Ríos. Mi padre nació en Entre Ríos. Yo nunca había estado allí.

Nací en Buenos Aires, viví muchos años en París, demasiados tal vez, viajé bastante por el mundo, pero nunca había estado en Entre Ríos.

No sé si, como algunos creen, los sueños son premonitorios pero a la mañana siguiente me desperté con un proyecto de filme: ir a Entre Ríos a buscar huellas de la infancia de mi padre. Digo bien: de su infancia. A los dieciocho años se fue del campo y se hizo marino. Nunca volvió.

¿Qué sabía yo de esa infancia? Poco o nada. Mi padre era hijo de lo que Gerchunoff bautizó “gauchos judíos”. Once hermanos, más uno del que iba a enterarme que también era hijo de mi abuelo, nacido fuera del matrimonio pero criado con toda la familia. Ese hijo se había quedado en el campo; los demás, con una sola excepción, se habían dispersado entre Buenos Aires y Mendoza, profesionales, empresarios, casadas las mujeres con hombres de ciudad.

Mi padre murió cuando yo tenía veinte años y padecía una adolescencia demorada. Hablaba poco él, aun menos con mi madre, vivía refugiado en la lectura y el cine, en un mundo imaginario que me prometía cosas distintas de la vida cotidiana, irremediablemente gris, de una familia porteña de clase media.

Las preguntas que entonces no me interesaba hacerle son las únicas que hoy me interesan. La primera: ¿cómo fue que ese hijo de gauchos judíos, nacido en Villa Clara, Villaguay, Entre Ríos, decidiera aventurarse a ingresar en las fuerzas armadas, en la Marina de guerra?

Una cosa me resulta evidente: fue posible porque ocurrió en 1919. A partir de 1930, del golpe de Uriburu, no creo que lo hubiesen aceptado.

¿Sabía mi padre, al ingresar, que no iba a poder ascender más allá de capitán de navío? Regla no escrita, gentlemen’s agreement , un judío no podía llegar a ningún nivel del almirantazgo. Sobre todo: ¿le importaba?

Corolario: ¿qué significaba para él ser judío? No era religioso ni le importaba la tradición. Como a mi madre. A mí me criaron lejos de toda observancia. Creo que las únicas raíces que mi padre hubiese reconocido, aunque nunca hablara de ellas, estaban en Entre Ríos; entre sus libros encontré un ejemplar muy gastado de Entre Ríos, mi país de Gerchunoff. Cuando sintió que el fin se acercaba me pidió: “Por favor, ni estrella ni cruz, no vayan a creer que me convertí y eso no es elegante”. ¿De dónde le venía esa noción de elegancia moral?

Cuántas cosas para las que no tengo respuesta.

Si mi padre murió relativamente joven, mi madre en cambio sobrevivió demasiado, lúcida hasta los noventa y cinco años de edad, gradualmente senil durante tres interminables años más. Cuando finalmente murió, descubrí en un armario de su departamento cajas llenas de viejas cartas y fotografías, muchas de ellas de mi padre. Nunca las había visto.

Entre las cartas me impresionaron sobre todo las que mi abuelo y los hermanos le enviaron a mi padre cuando hizo su primer viaje. El destino eran los Estados Unidos (“Norteamérica” decían entonces), algo casi exótico en tiempos anteriores no ya al turismo masivo sino a la mera televisión. En 1919, en un pueblo de Entre Ríos donde no había cine, tal vez solo llegaran las imágenes de alguna revista ilustrada, o el suplemento dominical (“rotograbado”) de los diarios de la capital.

Las cartas de los hermanos son previsibles, en la efusión cariñosa, aun en el humor ocasional (una de mis tías escribe: “No te encamotes con ninguna gringa, volvé y casate con una criolla”), pero la que más me impresionó fue la de mi abuelo. Le escribe al hijo que parte lejos del hogar, del campo, de lo que hasta ese momento era su mundo, con orgullo paterno y una pizca de envidia, en un castellano impecable, formal, con algún modesto arranque retórico. Una carta cándida, sin faltas de ortografía. Había llegado a la Argentina veinticinco años antes, sin duda había aprendido el castellano en la escuela nocturna de Gobernador Domínguez, con los maestros sefardíes que el proyecto colonizador del barón Hirsch había tenido la prudencia de importar.

¿Qué sabía yo de ese proyecto? Había leído, a grandes rasgos, que Moritz von Hirsch, ennoblecido con el título de barón como tantos otros banqueros judíos (los Rothschild, los Weissweiller, los Anspach, los Cahen d’Anvers, los Wertheimer) que habían prestado servicio a las monarquías europeas del siglo XIX, al perder a su hijo único había dedicado su fortuna al proyecto de la Jewish Colonization Association. Compró más de 80.000 hectáreas entre Santa Fe y Entre Ríos en momentos en que la Argentina de 1880 se abría a la inmigración. Los judíos del imperio ruso, contrariamente a los de Alemania y Francia de la época, padecían todo tipo de restricciones y apremios: si en Berlín y en París podían ingresar a las universidades, bajo los zares regía el numerus clausus para los estudios superiores y tenían permiso de domicilio, bajo la amenaza permanente de un pogromo, en una estrecha franja territorial entre el Báltico y el Mar Negro.

Iba a enterarme de que la colonia entrerriana debía el nombre de Clara a la mujer de Hirsch. También que la primera cooperativa agrícola del país, asentada en Basavilbaso y aun activa hoy, se llamó Lucienville por el nombre del hijo perdido.

Finalmente viajé a Entre Ríos. Creo que el proyecto de film me sirvió de coartada ante mí mismo. Detesto toda forma de nostalgia y no quería entregarme a un dudoso viaje sentimental. Necesitaba una razón concreta, objetiva, para conocer los paisajes donde mi padre había nacido y se había criado.

En las calles de Villa Domínguez hay una escuela que lleva el nombre de Gerchunoff. En frente: un galpón, convertido en museo, vasto hangar que fue en su momento “hotel de inmigrantes”, donde convivieron familias que no se conocían a la espera de que les asignaran las tierras donde construirían el primer rancho que más tarde sería casa. También un edificio pintado de color rosado: la biblioteca fundada por los primeros inmigrantes, donde por la noche se impartían las clases de castellano; allí dio una conferencia en idish Isaac Bashevis Singer, cuando visitó las colonias en 1975, tres años antes de ser Premio Nobel de Literatura.

La vieja farmacia del doctor Yarcho, que luchó contra la epidemia de tifus que hizo ciento diez víctimas en 1894, alberga hoy el Museo de las Colonias. Es la obra de Osvaldo Quiroga, que ha reunido todo tipo de documentos, desde registros de la inmigración y actas notariales hasta objetos de la vida cotidiana desechados por familias que abandonaron la región. Con la ayuda de su hija, digitaliza la información reunida y está en correspondencia permanente con institutos y universidades del mundo entero.

Allí me interno en un laberinto que siento ajeno: no corresponde a mi infancia ni a recuerdo heredado alguno. Y sin embargo, tengo que repetirme, fue de allí que salió mi padre, quién sabe si con alivio o entusiasmado con la promesa de ver mundo, algo de ese mundo que le habían prometido las pocas novelas que encontré entre sus libros.

Allí también me espera lo desconocido: mi lejano origen. Gracias a Quiroga descubro un pasado que ignoraba. Mis abuelos se embarcaron en la nave Sirius, que partió de Odessa el 10 de agosto de 1894 y llegó a Buenos Aires el 12 de septiembre. Su proveniencia aparece como Gobernación Mohilne, en la región de Minsk. El tenía 23 años, ella 24. Vinieron con dos hijos, una niña de dos años y un varón de uno.

Reprimo ante mis compañeros de trabajo una emoción de la que no me sospechaba capaz. Les hablo de esa S que todos mis primos conservan en el apellido menos yo: guardo la Z escrita por error en la partida de nacimiento de mi padre y que él nunca se molestó en corregir. ¿Pereza de hacer los trámites exigidos? Me pregunto si en esa omisión no latía, ya, una veleidad de independencia, de diferencia.

En el mismo documento aparecen los nombres de otras personas del mismo apellido llegadas en el mismo barco, parientes sin duda, de los que nunca me hablaron. ¿Qué fue de ellos? Me gustaría que hayan sido los antepasados de Juan Carlos Cosarinsky, a quien sólo conozco por su fama: “el Flaco” Cosarinsky de la provincia de Corrientes, creador del primer festival mundial del chamamé.

El éxodo de los hijos... Mis tías recordaban la plaga de langostas. Súbitamente ennegrecían el cielo, devoraban la cosecha, pelaban los árboles. El trabajo de un año estaba perdido. Trataban de espantarlas golpeando ollas, palanganas, todo objeto metálico que pudiese hacer ruido. Sin éxito.

Hoy, me dice un vecino con quien intercambio unas palabras, “va a encontrar más gente en los cementerios que en las calles”. Y es cierto que las lápidas, sobre todo aquellas donde el tiempo ha borroneado nombres y fechas, me conmueven. En ellas leo las esperanzas de los inmigrantes fundadores, su desilusión, la tenacidad de los que permanecen fieles a las tierras que una vez les dieron. Trato de imaginar el inimaginable orgullo de esos judíos del confín este de Europa al saberse propietarios de lo que más prohibido les estaba: la tierra.

En Villa Clara hay otro museo, pequeño, humilde, obra de amor de Marta Muchinik, hija de gente que ya se interesaba en preservar el pasado de las colonias. Lo ha instalado en varios espacios de la estación de tren que, supongo, ya ningún tren visita. Me digo que algunos de los objetos que guarda pueden haber estado en casa de mis abuelos… Marta me lleva hasta la casa que construyeron, donde crecieron mi padre y sus hermanos. Está remozada por su nuevo propietario, rodeada de un jardín muy cuidado, pero reconozco la forma, el alero, de las viejas fotos de familia que encontré poco antes. En el campo que la rodea ya no hay ni el trigo ni el lino que cultivaban mis abuelos, hoy sólo se confía en la soja. Más lejos, el arroyo Sandoval. Cuentan mis primas mendocinas que todas las mañanas lo atravesaban en canoa algunos indios que tenían vacas para llevarle leche a los hijos de los recién llegados.

(Mis primas mendocinas… Hijas del hermano menor de mi padre, casado con una goi … Más jóvenes que yo, nacieron, se casaron, tuvieron hijos y nietos en Mendoza. Hoy sin embargo reivindican el apellido Cosarinsky, con la S que mi padre desechó. Visitan Chile más a menudo que Buenos Aires. Hablan con esa encantadora tonada que va a reconocer inmediatamente el montajista de mi filme, mendocino él mismo.) Más lejos aún, Marta me conduce hasta el cementerio de colonia San Vicente, donde está la tumba de mi abuelo. La lápida vertical tiene, de un lado, la inscripción con nombre y fechas en caracteres hebraicos; del otro en caracteres latinos. Coloco sobre la tumba las piedritas que la religión impone. Las cuento, once más una. Esa noche, en el hotel de Villaguay, desvelado por un concurso de pasteles en la plaza vecina, que animan grupos de aficionados al chamamé, me pregunto si ese gesto que hice para la cámara no corresponde a una secreta, postergada devoción.

Siempre me inspiró rechazo la religión judía, la crueldad del antiguo testamento, sus cientos de preceptos que rigen cada acto de la vida cotidiana; si en algo me reconocí judío es en una idea de diáspora no como maldición sino como privilegio, en no pertenecer a otra comunidad que a la de la gente del libro, de cualquier libro, siempre que no sea sagrado.

Pero los muertos, más allá de toda religión, siempre me han acompañado, más asiduos a medida que envejezco. Acaso mi gesto, en ese lugar, en ese momento, haya sido el único a mi alcance para señalarle a mi abuelo mi presencia.

A menudo me pregunto qué es lo que nos lleva a conservar cosas que sabemos destinadas a desaparecer: fotos descoloridas, descartes de películas, el ticket de embarque de un vuelo olvidado, cartas que no nos enviaron a nosotros.

¿Será que al hacerlo intentamos, ciegamente, sin entenderlo, hacer durar el tiempo perdido, prolongar los días que nos quedan?

Tal vez sea ese mismo impulso que siento, el deseo de impedir que se borre algo que una vez existió, lo que llevó a Osvaldo Quiroga a crear en Domínguez el Museo de las Colonias, a Marta Muchinik el de la estación de Clara… Cito palabras de Georges Perec: “Trato meticulosamente de retener algo, de hacer que algo sobreviva. Quisiera arrebatarle unos pocos fragmentos al vacío que crece, dejar en alguna parte un surco, una huella, una marca, aunque sólo sea unos pocos signos”.

Llego al final del viaje con mis preguntas intactas. Sin respuestas.

Acaso el detective sólo termine por descubrir algo sobre sí mismo… ¿Qué descubro? Que aunque con el paso de los años haya empezado a lamentar que mi padre hubiese muerto cuando yo no había querido hablar con él de tantas cosas, hoy me siento aliviado, no sé si decir contento, de que hubiese muerto antes de los años 70. Pienso: …y si su lealtad con la Armada, su respeto por el orden, lo hubiesen llevado a aceptar lo inaceptable, a ponerse de parte de los verdugos… Tuve miedo.

Miedo por mí. Temía que pudiese ensuciar mi recuerdo de él.

FICHA
Carta a un padre
Guión y dirección: Edgardo Cozarinsky
Lugar: Malba Cine. Av. Figueroa Alcorta 3415 Buenos Aires
Fecha: Sábados de mayo y junio.
Hora: 18

domingo, 18 de mayo de 2014

Laberinto borgeano, el álbum real de Máxima y folk gallego




Noticia: Máxima de Holanda
Borges en su laberinto              REVISTA Ñ  CLARÍN

Homenaje. Vista del laberinto diseñado para celebrar la vida y obra de Borges en la finca Los Alamos. San Rafael, Mendoza, República Argentina.

                                     Pasaron ya diez años desde que se plantaron los 8.000 arbustos buxus en la finca Los Alamos, que fue de la poeta Susana Bombal. Las verdes paredes del laberinto en honor a Jorge Luis Borges, diseñado por el británico Randoll Coate, ya tienen más de un metro y medio. Pero pasaron veinticinco entre que Bombal y Coate lo imaginaron y el sobrino nieto de la poeta con un grupo de amigos decidieron, entre copas, llevarlo adelante. Esa aventura es la que narra el documental Jardín de sueños. Fascinación, obra y escape del laberinto de Borges, de Alejo Yael y Javier Tanoira, que se proyecta mañana, el domingo 25 y el 1 de junio a las 18 en Malba (Figueroa Alcorta 3415).

El diseñador de laberintos Randoll Coate conoció a Borges a través de Bombal, y recuerda ese primer encuentro con el autor como uno de los momentos más importantes de su vida. Pasados los años, Bombal y él acordarían, incluso antes de la muerte de Borges, crear un laberinto para recordarlo y homenajearlo no con estatuas de piedra y bronce sino con una obra siempre viva que concentrara algunos de los principales símbolos borgeanos. Así que el británico trabajó en un diseño en el que pueden leerse los nombres y el apellido del escritor en espejo, las iniciales de su viuda, María Kodama, pero también verse un reloj de arena, un anillo de Moebius, la cara de un tigre y un libro abierto.

El laberinto durmió entre papeles por años hasta que tras la muerte de Bombal su sobrino nieto Camilo Aldao, que había crecido viendo a la poeta y al autor del Aleph en largas charlas de té, y que sabía de las visitas de este a la finca Los Alamos –propiedad de la familia en San Rafael, Mendoza–, empezó a darle vueltas al asunto. Y ahí es que el documental se pone en marcha, cuando un grupo de jóvenes trasnochados deciden llevar adelante el postergado proyecto.

Una gesta apasionada y lúdica que piloteó Camilo hasta su muerte, tras la cual su familia y amigos continuaron dando forma y haciendo crecer los arbustos que dan cuerpo al diseño de Coate en casi dos hectáreas de la finca.

En Jardín de sueños los protagonistas desandan el recorrido del laberinto de punta a punta y atan pasado y presente en un tiempo circular.

Música
Pop con sonido ancestral

Por primera vez en la Argentina, el músico gallego Roi Casal, que por años integró el premiadísimo grupo folk Milladoiro, presenta hoy a las 21 en el Teatro Avenida (Av. de Mayo 1220) su tercer trabajo solista Donos do noso destino en el que conjuga sus instrumentos ancestrales con teclados, batería, guitarra, bajo y violín en composiciones propias con una fuerte apuesta al pop.

Pura esencia de Galicia es el nombre de la gira con la que Casal hace pie en la Argentina y que luego lo llevará a Montevideo, La Habana, Nueva York y Miami. “Cantar en gallego es la expresión de una cultura riquísima que de ningún modo puede ser una limitación”, afirma el compositor que ha reposicionado a la música de Galicia en el mundo y que hace parte de la nueva canción celta.

Intérprete de arpa, zanfona y bouzouki, sin abandonar la instrumentación tradicional, formó su propio conjunto y comenzó a componer canciones populares en las que, además, reivindica sus orígenes. “Durante mil años, a través del camino de Compostela, hemos recibido en Galicia la influencia de muchos pueblos y culturas que fueron dejando su huella en nuestra música. De hecho, instrumentos que toco llegaron por esa vía y se hicieron nuestros. Por eso ahora, cuando salgo para actuar lejos de casa, siento que nos toca recorrer el camino inverso, para mostrar cómo transformamos todo ese legado recibido, mil años después”, contó Casal.

Muestra
Máxima coronación

“Curiosamente, nada más democrático en Holanda que celebrar a la realeza”, dice Flavia Tomaello, que estuvo acreditada como fotógrafa en la ceremonia en la que se coronó a Guillermo Alejandro y a la argentina Máxima Zorreguieta, rey y reina consorte de los Países Bajos, el 30 de abril de 2013. Con el material que capturó en esa oportunidad Tomaello inaugura hoy en el multiespacio Deriva (Dardo Rocha 2290, San Isidro) la muestra Orange in maximum focus . La periodista y fotógrafa afirma que lo que más la sorprendió de la entronización fue “la paradoja de estar en una sociedad que toma la libertad como bandera, el respeto por el otro y la coexistencia pacífica, conviviendo con el agasajo a la corona. Para cualquiera ambos mundos están contrapuestos, sin embargo, en Holanda se conjugan con una naturalidad sorprendente”, cuenta.

En honor a su monarquía los holandeses vistieron de naranjas calles, plazas y escaparates. Las mujeres se pintaron las uñas de anaranjado, se comieron tortas en forma de corona y hasta se bailó tango.

Así es que más que la celebración oficial, lo que las imágenes de esta muestra narran, no de manera individual sino como conjunto, es la apropiación de la fiesta por parte del pueblo holandés. “Apenas diez días antes de la ceremonia en Holanda se respiraba un clima anodino. Nada se veía demasiado festivo. Pero en una noche, como si hubiera llegado Papá Noel en una misión estrambótica, todo se reconvirtió. Surgieron como hongos de humedad real objetos de merchandising”, recuerda la fotógrafa. Para ella, la comunidad holandesa, “ha evolucionado tanto y de tal modo, que se permite celebrar a su monarquía y tomar ese festejo como propio, creando desde cada casa, desde cada negocio, en cada restaurante, aún en cada persona, una especie de competencia en el modo más cool e ingenioso de decorar, celebrar o vestirse”.

sábado, 5 de abril de 2014

Relatos insólitos de las Malvinas



Historia. A casi 32 años del desembarco en las islas, un experto define 1966 como un momento clave en las relaciones con Inglaterra, nunca capitalizado para la reivindicación de los derechos argentinos.

POR FEDERICO LORENZ*

 Clarin


1966. Aparece como un "año 0" para la causa Malvinas.

En 1966 apareció una de las obras argentinas más completas sobre las Islas. La Historia completa de las Malvinas, de José Luis Muñoz Azpiri (un diplomático de carrera, a cargo durante años del archivo histórico de la Cancillería argentina), fue presentada por Editorial Oriente como un esfuerzo por “servir al perfeccionamiento y a la recuperación nacionales”. La editorial, especializada en “temas nacionales”, ofrecía una obra sobre un tema “inscripto en el corazón argentino”. No obstante, el “Prólogo” de la obra destacaba que una encuesta realizada por la editorial arrojaba un dato preocupante: pese a ser una causa nacional, el tema Malvinas “es escasamente conocido”. La Historia completa de Azpiri, pues, achicaría la brecha entre la unidad nacional que propiciaban las Malvinas y el desconocimiento acerca de ellas, en un contexto diplomático muy favorable para el reclamo argentino por Malvinas. Un año antes, en 1965, la Organización de Naciones Unidas (ONU) había aprobado la Resolución 2065 (XX), que reconocía la existencia de una disputa de soberanía con Gran Bretaña, e invitaba a ambos países a negociar una solución pacífica.
La Historia completa de las Malvinas se inscribía en una corriente de libros que, desde fines de la década de 1930, había reinstalado la causa Malvinas en el espacio público argentino. En 1938 Juan Carlos Moreno publicó Nuestras Malvina s, una historia y crónica de su visita a las islas. Para Azpiri Moreno era el “Gagarín de las islas”: su libro estaba destinado “a remover un terreno semiabandonado y a cubrir la necesidad imperiosa de reflejar con fidelidad los valores económico-militares –sociales y políticos– del archipiélago argentino”. Fundamental fue también la Toponimia criolla de las Malvinas , de Martiniano Leguizamón Pondal (1956), que rescató en tono épico los sangrientos incidentes del 26 de agosto de 1833, cuando luego de la ocupación inglesa, el gaucho Antonio Rivero y sus seguidores mataron a cinco empleados de Luis Vernet (comandante político y militar isleño) que continuaban representando sus intereses.
El gaucho y los cóndores
También en abril de 1966 la Academia Nacional de la Historia (ANH), en respuesta a un pedido de asesoramiento del Poder Ejecutivo, dictaminó que no se podía probar que Antonio Rivero y sus compañeros se habían alzado contra los ocupantes ingleses de Malvinas por motivos patrióticos. La consulta se debía al pedido de autorización para construir un monumento que evocara la resistencia del gaucho. Desde ese momento a la fecha la figura del gaucho Rivero genera controversias. Algunos ven en ellos un gesto de defensa de la soberanía argentina, y otros una mera matanza originada en las difíciles condiciones de vida en las islas empeoradas por la agresión inglesa.
Los historiadores revisionistas cuestionaron duramente el dictamen de la ANH. Para esta corriente histórica y política, Antonio Rivero es un símbolo poderoso: un gaucho (encarnación de la argentinidad) fuera de la ley por enfrentar los abusos de los patrones (los asesinados, extranjeros, eran administradores de Vernet) que resiste al invasor allí donde el gobierno porteño ha claudicado. El rastro de Rivero y sus seguidores se pierde en Montevideo, donde los ingleses les facilitaron la fuga, lo que agrandó la leyenda: algunos plantean que Rivero murió como soldado federal en la Vuelta de Obligado (1845). Esto coronaría el mito: el resistente en Malvinas, muerto en batalla contra la flotilla anglo francesa que intentaba forzar el paso de las aguas del Paraná.
Puesto que el revisionismo se erigía como la visión alternativa y “verdadera” por oposición a la historia “oficial”, “liberal” y “mitrista” (encarnada en la ANH), las disputas por Rivero no eran sólo sobre Malvinas. Los “modelos” en pugna en la década de 1960 encontraron en la historia del gaucho otra divisoria de aguas, potenciada porque también fue leída en la clave de la proscripción del peronismo.
Esto tal vez explique por qué el 28 de septiembre de 1966, un comando secuestró un avión de Aerolíneas Argentinas y lo desvió a Malvinas. Desde hacía tres meses, el dictador Juan Carlos Onganía gobernaba la Argentina. En ese contexto, un grupo nacionalista y peronista planificó el primer secuestro aéreo de la historia, al que bautizó “Cóndor”. Su líder, Dardo Cabo, un militante de la resistencia peronista, invitó al vuelo al director del diario Crónica, Héctor Ricardo García, garantizándole una importante primicia.
En la mañana del 28, los kelpers se acercaron al avión inmóvil en su hipódromo (no había pista aérea), del que saltaron los militantes armados, que les entregaron una proclama en inglés y los tomaron como rehenes. Plantaron siete banderas argentinas y rebautizaron a la ciudad como “Puerto Rivero”, en honor al gaucho mítico, pero fueron rodeados por la milicia de defensa local, y tuvieron que atrincherarse en el avión. Finalmente, el “Grupo Cóndor” liberó a los rehenes y entregó sus armas al comandante del avión argentino. El 1° de octubre fueron embarcados en un barco de la Armada argentina, y ni bien se alejaron de la costa de Malvinas (y de las autoridades inglesas) fueron apresados.
Según la Historia completa de Muñoz Azpiri, publicada en 1966, la causa Malvinas era tan fuerte como escasamente conocidas las islas. La adhesión no era homogénea, como prueba la controversia nacida ese año en torno a la figura de Antonio Rivero. Que meses después un comando peronista bautizara con su nombre a la capital de Malvinas, muestra tanto el peso de esos símbolos como que la salida violenta era parte del repertorio político de la época. Es emblemático que en 1982 la dictadura, con el nombre de “Puerto Argentino”, anulara el intento hecho desde el diario Crónica por reinstalar el nombre de Puerto Rivero para la capital de las islas recuperadas. También, que años antes, asesinara con la “ley de fugas” a Dardo Cabo, que del nacionalismo de derecha había pasado a militar en Montoneros.
1966 aparece como un “año 0” para la causa Malvinas. Todas las opciones estaban ahí: un exitoso frente diplomático, la adhesión emotiva a la causa, el recurso de la fuerza. Retrospectivamente, con una guerra de por medio y una situación que si no es de retroceso es al menos de estancamiento, no deja de ser dolorosamente sorprendente. Y un recordatorio acerca de la idea de Pierre Vilar de que la Historia debe enseñarnos a leer los periódicos.

*Historiador. Autor de “Todo lo que necesitás saber sobre Malvinas” y “ Unas islas demasiado famosas. Malvinas, historia y política”.

sábado, 15 de marzo de 2014

Como un pasajero más

ROMA (Reuters).- Francisco regresó ayer al Vaticano tras un retiro de seis días en un convento en la localidad de Ariccia, a 20 kilómetros de Roma, donde cumplió los tradicionales ejercicios espirituales de la Cuaresma. Esta vez, el retiro coincidió con el primer aniversario del pontificado, que Francisco decidió festejar de manera muy sobria pidiendo vía Twitter que recen por él.
Para el viaje de regreso a la Ciudad del Vaticano, como es habitual en él, el Papa no usó autos de lujo ni limusinas, sino que se subió al mismo ómnibus en el que viajaban los otros miembros de la curia romana que habían compartido el retiro con él. Además, por primera vez los habituales ejercicios espirituales de Cuaresma se realizaron fuera del Vaticano y cada uno de los 80 asistentes tuvo que pagar de su bolsillo los gastos de la estadía.